jueves, 23 de abril de 2009

Derechos Humanos y Cristianismo

El texto que se presenta a continuación es una reflexión presentada por mi el 15 de marzo de este año, en el contexto de una reunión en la iglesia evangélica en la cuál soy miembro activo. Aquellos lectores ajenos a este tipo de comunidades harán bien en considerar que el contexto en el que fue presentada y su carácter oral, no permiten la exhaustividad y rigurosidad argumentativa que amerita un texto medianamente bien escrito. Por otro lado, no hay que desestimar que el objetivo del texto es plantear cuestiones de interés para la vida comunitaria de una iglesia evangélica.
Para aquellos especialmente interesados (seguramente estoy suponiendo un destinatario inexistente en la empiria), se recomienda recurrir al texto bíblico mencionado (la parabola del buen samaritano) para saber a que se refieren ciertos elementos de la reflexión.
Por último, se aclara que la historia de los derechos humanos aquí presentada y su interpretación han sido tratados de una forma laxa y poco rigurosa, a los fines prácticos de la reflexión.
Sin más, les dejo con el texto. Sepan disculpar algun error de redacción o de ortografía, ya que no está revisado (y no lo pienso hacer).

"De la seguridad a la justicia y del terrorismo a la solidaridad.

En la reflexión de hoy voy a empezar hablando de lo que no quiero hablar, aunque más de uno, al escuchar de qué viene la reunión de hoy, ya seguro que imaginó:
No quiero hablar de las declaraciones de “famosos” acerca del “tema de la inseguridad”, y no quiero hablar de los derechos humanos simplemente como juicio y castigo al terrorismo de estado en vistas al 24 de marzo.

Pero ya caí en una contradicción, porque estoy hablando de estas dos cosas, ya las nombré, ya están presentes. Por acción u omisión, si quiero decir algo sobre los derechos humanos, son dos temas casi inevitables hoy día. Y considero preferible hablar por acción que por omisión, al menos en este caso.

Sobre lo primero, no quiero decir mucho, primero porque no soy famoso y a nadie le importa lo que tenga que decir. Segundo porque es un tema que, más allá de la superficialidad de los involucrados, requiere un tratamiento adecuado que amerita una reflexión que no viene al caso. Tercero porque uno nunca sabe que susceptibilidades puede despertar algún comentario aunque sea un poco errado.

Lo segundo, la cercanía del 24 de marzo, la conmemoración del golpe de estado y la anulación del estado de derecho en nuestro país entre el 76 y el 83, esta irremediablemente involucrado con el tema de los derechos humanos. Sin embargo, tampoco quiero adentrarme en este terreno, ya que mucho se ha dicho a lo largo de los años y aunque creo que aun puede decirse mucho más, no es hacia allí a donde quiero dirigirme hoy.

A donde quiero ir es algo, por un lado un poco más básico, y espero también más cercano a nuestra experiencia como iglesia.
Por lo tanto les voy proponer, en primera instancia hacer dos movimientos conceptuales, a priori, para poder empezar a pensar algunas cosas.

El primero de los movimientos es pasar del planteo de seguridad (o peor aún, de la inseguridad), a la justicia.
La perspectiva de la “seguridad” plantea un choque de fuerzas brutas, donde una fuerza atacante y una fuerza defensiva se enfrentan y de cuyo resultado se extrae un determinado nivel de “seguridad”.
La propuesta es empezar a pensar las cosas desde el establecimiento de un estado de derecho, de un ejercicio del poder dado por la implementación de derechos y obligaciones de todas las personas, y no del ejercicio del poder dado por la capacidad de ejercer violencia.
En resumidas cuentas, dejemos de hablar de “inseguridad”, hablemos de “justicia”. Un concepto mucho más rico, más completo, complejo y, sobretodo, más “bíblico”.

El segundo de los movimientos es del terrorismo a la solidaridad. Es decir, desencajarnos de la lógica de la violencia, que responde a un golpe, con otro golpe. Desengancharnos del círculo vicioso que lleva de una acción a una reacción equivalente. Aquí estoy incluyendo todos los terrorismos: los de estado, los guerrilleros, los discursivos, los internacionales y los cotidianos.
Es la solidaridad entre los hombres, y no la agresión, la única que puede acabar con la violencia.

La parábola del buen samaritano

Al menos esa parece ser la propuesta de Jesús en la parábola del buen samaritano:
En el relato, el samaritano que encuentra al hombre herido, no sale a buscar a los ladrones, no busca el “ajusticiamiento” del culpable. El relato habla de otra cosa, habla de la solidaridad.
Un acto de violencia es la ruptura de un pacto social, es una falta a los códigos de convivencia en una comunidad. La ayuda de un samaritano, es decir, de un hombre cargado de prejuicios sociales en su contra por los judíos (por aquellos judíos que dejan tirado al hombre), funciona como un enmendador del lazo social roto. Por tanto es la solidaridad, y no el terrorismo, en tanto fuerza reaccionaria, la que permite recuperar y restaurar los lazos sociales rotos por la violencia.

Hechos estos dos movimientos, cabe ahora la pregunta ¿Qué tienen que ver los derechos humanos con todo esto y, sobretodo con nuestro cristianismo? Pregunta que tal vez pueda aclararse un poco si nos preguntamos ¿Qué son los derechos humanos?


Las bases cristianas de los derechos humanos

Lo primero que hay que decir, es que nos importe o no, los derechos humanos están íntimamente relacionados en su origen con la historia del cristianismo, y por lo tanto, con la obra y los dichos de Jesús. Podemos reconocer tres fuentes histórico-conceptuales inspiradoras de los derechos humanos. Estas fuentes, a su vez, están muy estrechamente relacionadas entre sí.

Una de las fuentes, es el principialismo helénico. En palabras más simples, la concepción griega (acertada o no, pero revolucionaria) de que hay unos principios, ideales y universales, que trascienden la cultura local y que pueden ser accesibles a través del pensamiento y la conciencia humana. No voy a meterme en la complejidad filosófica de este planteo, mitad porque no es pertinente, mitad porque no creo estar a la altura de un adecuado tratamiento del tema.
En todo caso, lo que importa destacar aquí es la intención griega de encontrar algo que trascienda la coyuntura histórico-regional y alcanzar principios universales, aplicables a toda la humanidad.
Esto es, en cuanto al pragmatismo discursivo, la creación humana de la humanidad. Es decir, el ser humano creando el concepto de humanidad (poco importa aquí si la humanidad existía antes del concepto o fue creada por el mismo).

La segunda fuente de los derechos humanos es el concepto cristiano de prójimo.
Volviendo a la parábola del buen samaritano, es a raíz de la pregunta “¿Quién es mi prójimo?” que Jesús cuenta esta parábola. Aquí Jesús va en busca de aquello que hace humano al humano. No es la ley del sacerdote, ni lo más alto de la moral judía (representadas por el sacerdote y el levita) la que humaniza al humano. Es la solidaridad la que restaura la justicia, representada por un extranjero, cuya fe y cuya cultura era considerada “impura”, “mestiza”. Y lo que es restaurado, no solo es la salud y la vida del hombre atacado, sino también la humanidad y la dignidad del extranjero y el marginado. En esta parábola simple y contundente, se ve resumido el objetivo de Jesús de establecer las bases una determinada idea de justicia y de humanidad.

La tercera fuente que quiero destacar es, tal vez la más abstracta y amplia de todas. Se trata de la idea judía de Shalom. Mucho se ha dicho en esta iglesia sobre esta idea. Qué si bien es traducida habitualmente como “paz”, en realidad tiene una amplitud mucho mayor. Mi intención no es extenderme mucho sobre esto. Solo me gustaría acercar la idea de Shalom, menos hacia la paz y más hacia el amor, en el sentido en que me interesa hacer énfasis en el carácter vincular del Shalom: Amor a Dios, amor a los demás (al prójimo), a uno mismo y a la creación. El Shalom, ahora sí en tanto paz, es el resultado del ejercicio del amor en estas cuatro direcciones.
Amor aquí también en el sentido de Justicia y de Solidaridad.

Breve historia de los derechos humanos:

De esta inspiración judeo-cristiana y griega, surgen los derechos humanos. Nunca es malo aprender o recordar un poco de historia:

Si bien en la constitución de los EEUU (1787) aparece por primera vez la idea de un estado de derecho, es en la revolución francesa (1789-1799) donde aparece por primera vez una “declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano” (en aquel tiempo, también, hubo alguna pionera que redactó una declaración alternativa, que consideraba los derechos de la mujer). Desde entonces, a lo largo del siglo XIX y XX hubo sucesivas declaraciones de derechos humanos, que fueron profundizando y transformando este primer intento.
En el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de la revolución francesa, se encuentran contenidos, no solo casi dos siglos de lucha y desarrollo de los derechos humanos, sino también, el concepto mismo de Shalom.

En la primera declaración, contenida en las primeras constituciones de los estados nación y en la declaración de la mencionada revolución francesa, se hacía especial énfasis en la idea de “libertad”. Este énfasis respondía a los intereses de los pujantes comerciantes que veían limitadas sus libertades económicas por el sistema impositivo de la monarquía, aunque tampoco hay que desestimar la opresión que esta misma monarquía significaba para los campesinos, tenidos como servidumbre. Este énfasis en la libertad, con sus potencias y limitaciones, buscaba la autodeterminación de las personas: la libertad de pensamiento, de opinión, fe y estilo de vida.

La segunda generación de derechos humanos, esta representada por las luchas sociales de principios de siglo XX: los levantamientos obreros, la consolidación del sistema democrático, la escuela obligatoria, pública y gratuita y el establecimiento del socialismo. Hacen énfasis en la “igualdad”, como un complemento necesario de la libertad. Aparecen aquí, el derecho a la salud, a la educación y al trabajo.
Hay que aclarar que no se habla aquí de igualitarismo (de ser, pensar y actuar todos igual), sino de poseer todos los mismos derechos y obligaciones y tener igualdad de oportunidades.

La tercera generación de los derechos humanos, que surge después de la segunda guerra mundial, pone el énfasis en la “fraternidad”, en tanto que intenta expandir la aplicación de los derechos de la primera y de la segunda a nivel global, intentando traspasar los nacionalismos y establecer un derecho internacional. Además, empiezan a incluirse a las generaciones futuras, en especial con respecto al cuidado del medio ambiente y los recursos naturales.

Shalom y Derechos Humanos

No es muy difícil ver que todos estos aspectos y énfasis a lo largo de la historia han sido incapaces de evitar todo tipo de violaciones a estos derechos, tanto a nivel de los grandes conflictos internacionales, como de las cosas que suceden día a día. Tal vez, justamente ese intento de “hacer énfasis” en unos aspectos y no en otros tenga que ver con este fracaso.

Si observamos con un poco de detenimiento, de los cuatro aspectos del Shalom mencionados, tres se ven representados en la historia de los derechos humanos: La libertad, en tanto respeto por sí mismo y por la propia humanidad; la igualdad, en tanto convivencia pacífica con el prójimo; y fraternidad, en tanto conciencia de ser todos parte de una misma creación que nos supera, implicando la responsabilidad de cuidar a los débiles, a las minorías y a este mundo para las generaciones futuras.

Conclusiones

La propuesta de hoy consiste en plantearles una relación de interdependencia:
Es el amor a Dios, la paz con Dios, la conciencia de que hay un Padre creador, el que permite entender todos estos otros aspectos del Shalom y de los derechos humanos como un conjunto indivisible. Es Dios quien nos da la libertad (para, por ejemplo, creer en el Dios que queramos, o incluso no creer en ningún Dios), quien nos iguala y quien nos da un mundo para cuidar.
Por lo tanto, al mismo tiempo, es mediante el ejercicio concreto de estos derechos y obligaciones que podemos llegar realmente a amar y estar en verdadera paz con Dios.

En la medida que deseamos corresponder a ese Dios, es necesario que tomemos una postura política. No quiero decir aquí postura partidaria, quiero decir política: en tanto participar activamente en la vida de nuestra sociedad, tomar posición, crear espacios de intervención, caracterizados por ser plurales y tolerantes, pero además, útiles y transformadores.

Esto, además supone una determinada forma de ser iglesia, que incluye:

- No encerrar a los miembros en una espiritualidad de “puertas adentro”, sino llevar a cabo una espiritualidad del vínculo y de la solidaridad. Es decir, promover que los miembros de nuestra comunidad participen activamente tanto dentro como fuera de las paredes de la iglesia, en la construcción de un estado de derecho. El reino de Dios, es un estado derecho, cuya soberanía no es geográfica, sino subjetiva, en tanto que son derechos que se aplican a todos los sujetos humanos.

- No considerar prójimo solo al que se nos parece, sino pensar a toda la humanidad (sin distinción de nacionalidad, credo, clase social, edad, género) como hermanos, como prójimos. Por lo tanto, nuestra experiencia como iglesia tiene que estar dirigida, no a nosotros mismos, sino a todos los hombres y mujeres.
Y no para que haya “más con nosotros, o cómo nosotros”.

Por último, quiero ir un paso más allá, ya que si bien he hablado de las potencialidades de los derechos humanos y los he emparentado con la idea de Shalom y con el concepto cristiano de prójimo, no se puede hacer oídos sordos a un problema de difícil solución: el problema de la universalidad.

¿Hasta qué punto estos derechos humanos, con fuerte sustento en nuestra fe cristiana, son aplicables a toda la humanidad? ¿Hasta qué punto es posible promoverlos, sin imponerlos? ¿Qué pasa cuándo alguien elige no ser libre? ¿Qué pasa cuando un pueblo o una comunidad eligen libremente la desigualdad? ¿Hasta qué punto uno puede reclamar la fraternidad de otro que no esta interesado en ella? Este es un problema sin resolución teórica, porque los derechos universales sirven en la medida en que todos acepten su universalidad.
Pero cómo pueda aceptarla una persona que desde que nació le han sido negados el trabajo, la salud, la educación, la libertad, la identidad, etc. Aquel que fue rechazado, marginado, ha aprendido a rechazar y a marginar ¿Es lícito intentar “hacer que acepte”? Como dije, esto no tiene resolución teórica, desde esta posición cómoda. La solución de esto solo puede darse en la experiencia cotidiana. De este dilema creo que pueden hablar varios en esta comunidad, que trabajan o han trabajado con personas más o menos marginadas.
Mi intención, como siempre, es dejar más (y espero que mejores) preguntas, antes que alguna respuesta. Así que ahora les dejo la palabra ustedes, a ver si pueden aclararme un poco el panorama."