“Una orgía de gente fea, donde todos son pésimos en su desempeño sexual”… la frase fue utilizada como analogía para describir la naturaleza de la cultura blog: un amontonamiento obsceno de gente que no sabe escribir.
Este no es un fenómeno privativo de los blogs, ya qué, por ejemplo, los fotolog parecen exposiciones egocéntricas de modelos patéticamente preocupados por su imagen y la wikipedia es una gran enciclopedia caracterizada por la falta de rigurosidad de sus contenidos. Hay otros ejemplos de cómo Internet funciona como una galería de distintas áreas de la vida humana rebajadas al nivel del patetismo, la falta absoluta de destreza, de tecnicismo y de arte.
Además este no parecería ser tampoco un fenómeno privativo de Internet: la grotesca simpleza de géneros musicales como la cumbia o el pop, la burda programación de los canales de televisión, la liviandad intrascendente de los “best-sellers”, la miserable producción argumental, técnica y actoral del “cine under argentino”, y un largo etcétera de producciones culturales que enarbolando la bandera de “lo popular”, banaliza y deteriora toda actividad humana.
Obviamente que todo lo anterior es una visión negativa y pesimista de la cultura de masas.
Del otro lado tenemos el elitismo cultural, que postula el acceso a unos pocos a la “verdadera cultura”. Sosteniendo el espíritu perfeccionista, estipula mecanismos, generalmente de base dogmática, que limitan el acceso a “la Cultura”. Confunde sofisticación con excelencia y finalmente termina despojando a la cultura del componente placentero que toda actividad humana necesita, haciendo que el mismo se pierda en medio de las estrictas reglamentaciones de “lo artístico”. Una imagen que puede graficar esto es la del concertista de piano, que preocupado por el tecnicismo musical, ya no puede disfrutar de la música sin estar evaluando los errores, las incongruencias y las asistematicidades de lo que está escuchando.
Acerca de la complementariedad de estos polos y su mutua cooperación, Humberto Eco ha trabajado con una amplitud y una complejidad de la que me encuentro a años luz de siquiera comprender realmente. Sin embargo, la pregunta subyacente es mucho menos compleja ¿Cuál es la verdadera riqueza de las producciones culturales? Por un lado, la cultura de masas sostiene que el fin de las producciones es su valor comunicativo, su “llegada”, considerando que el placer de lo artístico radica en su aceptabilidad social y la capacidad de ser compartido; por otro lado, la cultura de elite considera que el placer de lo artístico consiste en su perfeccionamiento, lo que permite niveles más complejos, sutiles y profundos de disfrute, al costo de restringir el acceso al mismo.
En palabras más simples, que tiene más valor cultural: ¿Tinelli y su baile del caño o Paenza y su programa de matemática aplicada? ¿El reggaeton o el jazz? ¿“El código da vinci” o “el ser y la nada”?
Sin duda que la respuesta más fácil y rápida sería caer bajo la tentación del relativismo radical: “que cada uno elija lo que quiera y otorgue valor cultural a las cosas que le de la gana”. Esta respuesta no solo es muy contundente, sino que además es un hecho, ya que es lo que efectivamente sucede.
El problema es con este relativismo estamos justificando una postura absolutamente individualista, que invisibiliza el hecho de que los seres humanos viven en sociedad y las decisiones de uno, afectan a otros.
Si la mayor parte de la sociedad acepta renunciar a todo perfeccionamiento y prefiere el camino de placer accesible y directo, estaremos formando una sociedad de la inmediatez, incapaz de pensar a largo plazo, de mejorarse y postergar el placer momentáneo en pos de un placer más duradero.
Sin embargo, una sociedad que elija el camino del perfeccionamiento extremo estará creando una sociedad de castas, donde solo los más elevados tengan acceso a los placeres más elevados. Si por ejemplo, para ingresar a un boliche, fuera necesario ser bailarín, pocos podrían ingresar, aunque sin duda disfrutarían muchísimo de la situación.
Dicho lo dicho, la cuestión central sigue sin estar resuelta y no poseo la más mínima capacidad de resolverlo, ni si quiera tentativamente. El único objetivo de esta reflexión es generar en mí y en otros la pregunta de qué tipo de cultura promovemos cuando consumimos, producimos o compartimos una actividad cultural y cuales son las consecuencias.
Atención: No se esta sugiriendo que haya que preguntarse esto más de una o dos veces cada muchos años, ya que veríamos entorpecidas todas nuestras actividades con reflexiones inútiles. Pero tal vez sea útil preguntarse alguna vez cuáles son los efectos que producimos cuando realizamos actividades culturales (desde mirar televisión hasta realizar una obra maestra).
Este no es un fenómeno privativo de los blogs, ya qué, por ejemplo, los fotolog parecen exposiciones egocéntricas de modelos patéticamente preocupados por su imagen y la wikipedia es una gran enciclopedia caracterizada por la falta de rigurosidad de sus contenidos. Hay otros ejemplos de cómo Internet funciona como una galería de distintas áreas de la vida humana rebajadas al nivel del patetismo, la falta absoluta de destreza, de tecnicismo y de arte.
Además este no parecería ser tampoco un fenómeno privativo de Internet: la grotesca simpleza de géneros musicales como la cumbia o el pop, la burda programación de los canales de televisión, la liviandad intrascendente de los “best-sellers”, la miserable producción argumental, técnica y actoral del “cine under argentino”, y un largo etcétera de producciones culturales que enarbolando la bandera de “lo popular”, banaliza y deteriora toda actividad humana.
Obviamente que todo lo anterior es una visión negativa y pesimista de la cultura de masas.
Del otro lado tenemos el elitismo cultural, que postula el acceso a unos pocos a la “verdadera cultura”. Sosteniendo el espíritu perfeccionista, estipula mecanismos, generalmente de base dogmática, que limitan el acceso a “la Cultura”. Confunde sofisticación con excelencia y finalmente termina despojando a la cultura del componente placentero que toda actividad humana necesita, haciendo que el mismo se pierda en medio de las estrictas reglamentaciones de “lo artístico”. Una imagen que puede graficar esto es la del concertista de piano, que preocupado por el tecnicismo musical, ya no puede disfrutar de la música sin estar evaluando los errores, las incongruencias y las asistematicidades de lo que está escuchando.
Acerca de la complementariedad de estos polos y su mutua cooperación, Humberto Eco ha trabajado con una amplitud y una complejidad de la que me encuentro a años luz de siquiera comprender realmente. Sin embargo, la pregunta subyacente es mucho menos compleja ¿Cuál es la verdadera riqueza de las producciones culturales? Por un lado, la cultura de masas sostiene que el fin de las producciones es su valor comunicativo, su “llegada”, considerando que el placer de lo artístico radica en su aceptabilidad social y la capacidad de ser compartido; por otro lado, la cultura de elite considera que el placer de lo artístico consiste en su perfeccionamiento, lo que permite niveles más complejos, sutiles y profundos de disfrute, al costo de restringir el acceso al mismo.
En palabras más simples, que tiene más valor cultural: ¿Tinelli y su baile del caño o Paenza y su programa de matemática aplicada? ¿El reggaeton o el jazz? ¿“El código da vinci” o “el ser y la nada”?
Sin duda que la respuesta más fácil y rápida sería caer bajo la tentación del relativismo radical: “que cada uno elija lo que quiera y otorgue valor cultural a las cosas que le de la gana”. Esta respuesta no solo es muy contundente, sino que además es un hecho, ya que es lo que efectivamente sucede.
El problema es con este relativismo estamos justificando una postura absolutamente individualista, que invisibiliza el hecho de que los seres humanos viven en sociedad y las decisiones de uno, afectan a otros.
Si la mayor parte de la sociedad acepta renunciar a todo perfeccionamiento y prefiere el camino de placer accesible y directo, estaremos formando una sociedad de la inmediatez, incapaz de pensar a largo plazo, de mejorarse y postergar el placer momentáneo en pos de un placer más duradero.
Sin embargo, una sociedad que elija el camino del perfeccionamiento extremo estará creando una sociedad de castas, donde solo los más elevados tengan acceso a los placeres más elevados. Si por ejemplo, para ingresar a un boliche, fuera necesario ser bailarín, pocos podrían ingresar, aunque sin duda disfrutarían muchísimo de la situación.
Dicho lo dicho, la cuestión central sigue sin estar resuelta y no poseo la más mínima capacidad de resolverlo, ni si quiera tentativamente. El único objetivo de esta reflexión es generar en mí y en otros la pregunta de qué tipo de cultura promovemos cuando consumimos, producimos o compartimos una actividad cultural y cuales son las consecuencias.
Atención: No se esta sugiriendo que haya que preguntarse esto más de una o dos veces cada muchos años, ya que veríamos entorpecidas todas nuestras actividades con reflexiones inútiles. Pero tal vez sea útil preguntarse alguna vez cuáles son los efectos que producimos cuando realizamos actividades culturales (desde mirar televisión hasta realizar una obra maestra).