miércoles, 11 de febrero de 2009

Crisis, modernidad e instituciones


Se ha declarado oficialmente la crisis mundial, y esta declaración no solo es un titular en un diario, se hace evidente en la vida cotidiana: las empresas toman medidas urgentes, desde las más radicales, como los despidos masivos, hasta los más sutiles; el gobierno toma medidas "anti-crisis", negociando con sectores productivos; desde Europa y Estados Unidos llegan noticias de paquetes económicos y medidas proteccionistas. La desgracia parece haber sido traída como un castigo divino, devino "la crisis" como una catástrofe natural, inevitable, impredecible.
¿Es esto realmente así?¿Cómo puede ser que en menos de un año, el mundo radical e indefectiblemente capitalista haya sido puesto en jaque tan fácilmente? ¿Justo ahora que había derrotado a su archienemigo occidental (el comunismo y sus versiones menos radicales), y estaba listo para expandirse hasta los rincones más oscuros de la china?
Si no queremos caer en una concepción dogmática, considerando las crisis sociales como catástrofes naturales involuntarias, debemos admitir que la realidad se encuentra más allá de lo evidente, que lo que vemos aquí y ahora, lo que es obvio, es solo la manifestación de la realidad. Y no es tanto que nos pongamos platónicos, sino todo lo contrario, lo que vemos es una idealización matemática de lo real, que es amorfo e imperfecto.
Tal vez uno de nuestros vicios más comunes como occidentales modernos, en nuestra aspiración de realismo, es caer en el reduccionismo económico: una crisis no es tal hasta que no es una crisis económica. Es posible que esta manera de proceder sea una reminiscencia de aquella época lejana en que los seres humanos, ha merced de las contingencias naturales, encontraban la fuente de sus desgracias en la escasez económica, y no en el conflicto social. Hace tiempo que los recursos económicos que el ser humanos produce, alcanzan para suplir las necesidades básicas de todas las personas. Es claro que el problema es un problema de distribución, lo cual, yendo al fondo de la cuestión, el problema del hombre, es un problema cultural.

He aquí el punto al que quería llegar: la crisis económica actual no es más que una extensión, una consecuencia derivada, de una crisis cultural que lleva varias décadas de desarrollo. Hace ya unos diez años que la doctora Ana María Fernández, publicó su trabajo "Instituciones Estalladas", una excelente compilación de textos y artículos donde da cuenta, en parte, de esta crisis cultural de la modernidad.
Pensemos un poco en las instituciones sociales que sostienen la estructura cultural occidental: la familia y el matrimonio, el trabajo remunerado y la fábrica, el Estado soberano y ciudadano, las religiones cristianas, la escuela, la universidad y la ciencia. Veamos algunas de ellas:

La familia es para la modernidad occidental la "unidad mínima" de la sociedad, la célula del cuerpo social. El modelo familiar del matrimonio monogámico, con dos hijos, es la base del concepto de la vida privada. El núcleo familiar directo de la modernidad reemplazó en su tiempo el modelo de castas familiares y linajes. A partir de la segunda mitad del siglo XX este modelo comenzó a resquebrajarse, llegando a una clara crisis en la actualidad: el fuerte incremento de los divorcios, las familias ensambladas, la convivencias de parejas no casadas, las relaciones "libres y abiertas" sin necesidad de ocultarlas, la "liberación" femenina, los casamientos cada vez más tardíos. No se trata de hacer un juicio moral de estas formas heterodoxas de relaciones familiares y de pareja, cada una tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles y en general surgen como respuestas mejor o peor ajustadas a los problemas propios de la vida en la modernidad tardía.

Así como la familia era el núcleo y el fundamento de la vida privada en la modernidad emergente, el trabajo y la fábrica, junto con la participación ciudadana, eran la base de la vida pública. En la actualidad, desde la caída del modelo keinesiano hasta la instauración del neo liberalismo radical, vemos la progresiva "flexibilización laboral" con su falta de garantías para la clase trabajadora e incluso para la nueva (falsa) burguesía, el auge de la oferta de servicios por sobre la producción de bienes, la crisis vocacional masiva de los jóvenes, la destrucción de los beneficios sociales para el trabajador, la inflación irreversible de los precios, la extrema privatización de los servicios públicos. En otras palabras, la inocente e idealista imagen del ciudadano que ofrece su fuerza de trabajo para la construcción de la sociedad ha ido descascarándose para dejar en evidencia la cruda realidad: la dominación de los pocos reyes del ganado sobre la mayoría de la población atrapada en la red del consumo: trabajar para consumir, consumir para vivir, vivir para trabajar, el círculo vicioso que funciona como el motor de la alienación moderna. Este círculo vicioso no contribuye a la construcción de la sociedad, permitiendo alcanzar metas para "el bien común", más bien es un círculo interminable, cuyo único resultado es una acumulación indefinida de bienes y capital financiero para unos pocos.

La noción de ciudadano y del Estado como el gobierno de todos sobre todos, fue un ideal que ha mostrado su carácter ilusorio ya en los primeros años de su surgimiento: los totalitarismos, las dictaduras y la vulneración de los derechos humanos y ciudadanos han sido un cuadro tanto o más común en la historia occidental moderna como la democracia y el estado de derecho. Estas trasgresiones a las bases más sagradas del orgullo occidental han ido puliéndose, volviéndose más invisibles, más naturales, más sutiles, pero también más desgarradoras e irreversibles: desde los genocidios de las dictaduras de derecha e izquierda hasta la destrucción fáctica de los derechos de las personas que habitan en las villas miserias y los barrios de los suburbios: cabecitas negras, inmigrantes y excluidos por heredar la pobreza de sus padres. Marginados estructurales, cuyos derechos ciudadanos están denegados, no por el uso de la fuerza bruta, sino por una violencia lenta, profunda y naturalizada, un genocidio sutil que daña (aunque no siempre mata) el cuerpo, pero que también destruye el alma, deshumanizando. Dado que los derechos humanos son para todos los humanos, es mediante esta deshumanización que unos pueden quitar sus derechos a otros. Así, los pobres se vuelven (antes que humanos) criminales, locos, drogadictos, idiotas y deficientes. Estos rótulos habilitan y autorizan socialmente la anulación de los derechos humanos a aquellos ciudadanos que ya no son necesarios en la modernidad tardía.

Quedará para otra nota el análisis de la crisis de las instituciones restantes: la iglesia, la escuela y la ciencia. Por ahora basta con ratificar que la crisis económica actual es la consecuencia inevitable de una crisis cultural que ya lleva, cuando menos, medio siglo de desarrollo. Las personas que habitamos este mundo vimos y vemos caer día a día las instituciones que en otras épocas supieron contener y dar sentido a las vidas de nuestros antepasados. Esta pérdida de sentido solo puede derivar en una irracionalidad en la administración de los recursos económicos que configura una crisis marcada por una estructura económica estúpidamente compleja, sin ninguna funcionalidad social, ni siquiera para aquellos que habitualmente se benefician de la mala administración de los recursos. No se quiere decir aquí que aquellas instituciones modernas que antes daban consistencia a la vida occidental, hayan sido "buenas y sanas" antes, sino más bien que ahora comienza a verse el carácter ilusorio y encubridor que estas instituciones tenían ya desde un principio.
La cuestión central, siempre es qué vamos a hacer con esto. ¿Será que las crisis de las sociedades son primero culturales, luego económicas y recién entonces sociales? ¿Será entonces que ahora que la crisis se hizo innegable e irreversible estamos en condiciones de comenzar a crear y a imaginar nuevos modelos institucionales? ¿Seremos capaces de pensar nuevas formas de familia, de trabajo y de organización social que permita dar nuevos sentidos a la vida del humano occidental?

1 comentario:

Unknown dijo...

Si, seguro que vamos a poder dar formas nuevas a las instituciones, historicamente viene pasando todo el tiempo. Los comunistas le diran materialismo dialectico, pero que todos los sistemas entran en crisis y cambian, seguro. Al final, nunca pasa nada tan malo.

De hecho, si vos te fijas, en libros viejos, las generaciones mas grandes siempre se estan quejando de las nuevas, todo esta en crisis todo el tiempo. A veces mas grandes, a veces mas chicas, pero no creo que haya nada realmente peor ocurriendo en esta epoca con respecto a otros puntos de la historia.

Que heracliteano que soy.