jueves, 23 de abril de 2009

Derechos Humanos y Cristianismo

El texto que se presenta a continuación es una reflexión presentada por mi el 15 de marzo de este año, en el contexto de una reunión en la iglesia evangélica en la cuál soy miembro activo. Aquellos lectores ajenos a este tipo de comunidades harán bien en considerar que el contexto en el que fue presentada y su carácter oral, no permiten la exhaustividad y rigurosidad argumentativa que amerita un texto medianamente bien escrito. Por otro lado, no hay que desestimar que el objetivo del texto es plantear cuestiones de interés para la vida comunitaria de una iglesia evangélica.
Para aquellos especialmente interesados (seguramente estoy suponiendo un destinatario inexistente en la empiria), se recomienda recurrir al texto bíblico mencionado (la parabola del buen samaritano) para saber a que se refieren ciertos elementos de la reflexión.
Por último, se aclara que la historia de los derechos humanos aquí presentada y su interpretación han sido tratados de una forma laxa y poco rigurosa, a los fines prácticos de la reflexión.
Sin más, les dejo con el texto. Sepan disculpar algun error de redacción o de ortografía, ya que no está revisado (y no lo pienso hacer).

"De la seguridad a la justicia y del terrorismo a la solidaridad.

En la reflexión de hoy voy a empezar hablando de lo que no quiero hablar, aunque más de uno, al escuchar de qué viene la reunión de hoy, ya seguro que imaginó:
No quiero hablar de las declaraciones de “famosos” acerca del “tema de la inseguridad”, y no quiero hablar de los derechos humanos simplemente como juicio y castigo al terrorismo de estado en vistas al 24 de marzo.

Pero ya caí en una contradicción, porque estoy hablando de estas dos cosas, ya las nombré, ya están presentes. Por acción u omisión, si quiero decir algo sobre los derechos humanos, son dos temas casi inevitables hoy día. Y considero preferible hablar por acción que por omisión, al menos en este caso.

Sobre lo primero, no quiero decir mucho, primero porque no soy famoso y a nadie le importa lo que tenga que decir. Segundo porque es un tema que, más allá de la superficialidad de los involucrados, requiere un tratamiento adecuado que amerita una reflexión que no viene al caso. Tercero porque uno nunca sabe que susceptibilidades puede despertar algún comentario aunque sea un poco errado.

Lo segundo, la cercanía del 24 de marzo, la conmemoración del golpe de estado y la anulación del estado de derecho en nuestro país entre el 76 y el 83, esta irremediablemente involucrado con el tema de los derechos humanos. Sin embargo, tampoco quiero adentrarme en este terreno, ya que mucho se ha dicho a lo largo de los años y aunque creo que aun puede decirse mucho más, no es hacia allí a donde quiero dirigirme hoy.

A donde quiero ir es algo, por un lado un poco más básico, y espero también más cercano a nuestra experiencia como iglesia.
Por lo tanto les voy proponer, en primera instancia hacer dos movimientos conceptuales, a priori, para poder empezar a pensar algunas cosas.

El primero de los movimientos es pasar del planteo de seguridad (o peor aún, de la inseguridad), a la justicia.
La perspectiva de la “seguridad” plantea un choque de fuerzas brutas, donde una fuerza atacante y una fuerza defensiva se enfrentan y de cuyo resultado se extrae un determinado nivel de “seguridad”.
La propuesta es empezar a pensar las cosas desde el establecimiento de un estado de derecho, de un ejercicio del poder dado por la implementación de derechos y obligaciones de todas las personas, y no del ejercicio del poder dado por la capacidad de ejercer violencia.
En resumidas cuentas, dejemos de hablar de “inseguridad”, hablemos de “justicia”. Un concepto mucho más rico, más completo, complejo y, sobretodo, más “bíblico”.

El segundo de los movimientos es del terrorismo a la solidaridad. Es decir, desencajarnos de la lógica de la violencia, que responde a un golpe, con otro golpe. Desengancharnos del círculo vicioso que lleva de una acción a una reacción equivalente. Aquí estoy incluyendo todos los terrorismos: los de estado, los guerrilleros, los discursivos, los internacionales y los cotidianos.
Es la solidaridad entre los hombres, y no la agresión, la única que puede acabar con la violencia.

La parábola del buen samaritano

Al menos esa parece ser la propuesta de Jesús en la parábola del buen samaritano:
En el relato, el samaritano que encuentra al hombre herido, no sale a buscar a los ladrones, no busca el “ajusticiamiento” del culpable. El relato habla de otra cosa, habla de la solidaridad.
Un acto de violencia es la ruptura de un pacto social, es una falta a los códigos de convivencia en una comunidad. La ayuda de un samaritano, es decir, de un hombre cargado de prejuicios sociales en su contra por los judíos (por aquellos judíos que dejan tirado al hombre), funciona como un enmendador del lazo social roto. Por tanto es la solidaridad, y no el terrorismo, en tanto fuerza reaccionaria, la que permite recuperar y restaurar los lazos sociales rotos por la violencia.

Hechos estos dos movimientos, cabe ahora la pregunta ¿Qué tienen que ver los derechos humanos con todo esto y, sobretodo con nuestro cristianismo? Pregunta que tal vez pueda aclararse un poco si nos preguntamos ¿Qué son los derechos humanos?


Las bases cristianas de los derechos humanos

Lo primero que hay que decir, es que nos importe o no, los derechos humanos están íntimamente relacionados en su origen con la historia del cristianismo, y por lo tanto, con la obra y los dichos de Jesús. Podemos reconocer tres fuentes histórico-conceptuales inspiradoras de los derechos humanos. Estas fuentes, a su vez, están muy estrechamente relacionadas entre sí.

Una de las fuentes, es el principialismo helénico. En palabras más simples, la concepción griega (acertada o no, pero revolucionaria) de que hay unos principios, ideales y universales, que trascienden la cultura local y que pueden ser accesibles a través del pensamiento y la conciencia humana. No voy a meterme en la complejidad filosófica de este planteo, mitad porque no es pertinente, mitad porque no creo estar a la altura de un adecuado tratamiento del tema.
En todo caso, lo que importa destacar aquí es la intención griega de encontrar algo que trascienda la coyuntura histórico-regional y alcanzar principios universales, aplicables a toda la humanidad.
Esto es, en cuanto al pragmatismo discursivo, la creación humana de la humanidad. Es decir, el ser humano creando el concepto de humanidad (poco importa aquí si la humanidad existía antes del concepto o fue creada por el mismo).

La segunda fuente de los derechos humanos es el concepto cristiano de prójimo.
Volviendo a la parábola del buen samaritano, es a raíz de la pregunta “¿Quién es mi prójimo?” que Jesús cuenta esta parábola. Aquí Jesús va en busca de aquello que hace humano al humano. No es la ley del sacerdote, ni lo más alto de la moral judía (representadas por el sacerdote y el levita) la que humaniza al humano. Es la solidaridad la que restaura la justicia, representada por un extranjero, cuya fe y cuya cultura era considerada “impura”, “mestiza”. Y lo que es restaurado, no solo es la salud y la vida del hombre atacado, sino también la humanidad y la dignidad del extranjero y el marginado. En esta parábola simple y contundente, se ve resumido el objetivo de Jesús de establecer las bases una determinada idea de justicia y de humanidad.

La tercera fuente que quiero destacar es, tal vez la más abstracta y amplia de todas. Se trata de la idea judía de Shalom. Mucho se ha dicho en esta iglesia sobre esta idea. Qué si bien es traducida habitualmente como “paz”, en realidad tiene una amplitud mucho mayor. Mi intención no es extenderme mucho sobre esto. Solo me gustaría acercar la idea de Shalom, menos hacia la paz y más hacia el amor, en el sentido en que me interesa hacer énfasis en el carácter vincular del Shalom: Amor a Dios, amor a los demás (al prójimo), a uno mismo y a la creación. El Shalom, ahora sí en tanto paz, es el resultado del ejercicio del amor en estas cuatro direcciones.
Amor aquí también en el sentido de Justicia y de Solidaridad.

Breve historia de los derechos humanos:

De esta inspiración judeo-cristiana y griega, surgen los derechos humanos. Nunca es malo aprender o recordar un poco de historia:

Si bien en la constitución de los EEUU (1787) aparece por primera vez la idea de un estado de derecho, es en la revolución francesa (1789-1799) donde aparece por primera vez una “declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano” (en aquel tiempo, también, hubo alguna pionera que redactó una declaración alternativa, que consideraba los derechos de la mujer). Desde entonces, a lo largo del siglo XIX y XX hubo sucesivas declaraciones de derechos humanos, que fueron profundizando y transformando este primer intento.
En el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de la revolución francesa, se encuentran contenidos, no solo casi dos siglos de lucha y desarrollo de los derechos humanos, sino también, el concepto mismo de Shalom.

En la primera declaración, contenida en las primeras constituciones de los estados nación y en la declaración de la mencionada revolución francesa, se hacía especial énfasis en la idea de “libertad”. Este énfasis respondía a los intereses de los pujantes comerciantes que veían limitadas sus libertades económicas por el sistema impositivo de la monarquía, aunque tampoco hay que desestimar la opresión que esta misma monarquía significaba para los campesinos, tenidos como servidumbre. Este énfasis en la libertad, con sus potencias y limitaciones, buscaba la autodeterminación de las personas: la libertad de pensamiento, de opinión, fe y estilo de vida.

La segunda generación de derechos humanos, esta representada por las luchas sociales de principios de siglo XX: los levantamientos obreros, la consolidación del sistema democrático, la escuela obligatoria, pública y gratuita y el establecimiento del socialismo. Hacen énfasis en la “igualdad”, como un complemento necesario de la libertad. Aparecen aquí, el derecho a la salud, a la educación y al trabajo.
Hay que aclarar que no se habla aquí de igualitarismo (de ser, pensar y actuar todos igual), sino de poseer todos los mismos derechos y obligaciones y tener igualdad de oportunidades.

La tercera generación de los derechos humanos, que surge después de la segunda guerra mundial, pone el énfasis en la “fraternidad”, en tanto que intenta expandir la aplicación de los derechos de la primera y de la segunda a nivel global, intentando traspasar los nacionalismos y establecer un derecho internacional. Además, empiezan a incluirse a las generaciones futuras, en especial con respecto al cuidado del medio ambiente y los recursos naturales.

Shalom y Derechos Humanos

No es muy difícil ver que todos estos aspectos y énfasis a lo largo de la historia han sido incapaces de evitar todo tipo de violaciones a estos derechos, tanto a nivel de los grandes conflictos internacionales, como de las cosas que suceden día a día. Tal vez, justamente ese intento de “hacer énfasis” en unos aspectos y no en otros tenga que ver con este fracaso.

Si observamos con un poco de detenimiento, de los cuatro aspectos del Shalom mencionados, tres se ven representados en la historia de los derechos humanos: La libertad, en tanto respeto por sí mismo y por la propia humanidad; la igualdad, en tanto convivencia pacífica con el prójimo; y fraternidad, en tanto conciencia de ser todos parte de una misma creación que nos supera, implicando la responsabilidad de cuidar a los débiles, a las minorías y a este mundo para las generaciones futuras.

Conclusiones

La propuesta de hoy consiste en plantearles una relación de interdependencia:
Es el amor a Dios, la paz con Dios, la conciencia de que hay un Padre creador, el que permite entender todos estos otros aspectos del Shalom y de los derechos humanos como un conjunto indivisible. Es Dios quien nos da la libertad (para, por ejemplo, creer en el Dios que queramos, o incluso no creer en ningún Dios), quien nos iguala y quien nos da un mundo para cuidar.
Por lo tanto, al mismo tiempo, es mediante el ejercicio concreto de estos derechos y obligaciones que podemos llegar realmente a amar y estar en verdadera paz con Dios.

En la medida que deseamos corresponder a ese Dios, es necesario que tomemos una postura política. No quiero decir aquí postura partidaria, quiero decir política: en tanto participar activamente en la vida de nuestra sociedad, tomar posición, crear espacios de intervención, caracterizados por ser plurales y tolerantes, pero además, útiles y transformadores.

Esto, además supone una determinada forma de ser iglesia, que incluye:

- No encerrar a los miembros en una espiritualidad de “puertas adentro”, sino llevar a cabo una espiritualidad del vínculo y de la solidaridad. Es decir, promover que los miembros de nuestra comunidad participen activamente tanto dentro como fuera de las paredes de la iglesia, en la construcción de un estado de derecho. El reino de Dios, es un estado derecho, cuya soberanía no es geográfica, sino subjetiva, en tanto que son derechos que se aplican a todos los sujetos humanos.

- No considerar prójimo solo al que se nos parece, sino pensar a toda la humanidad (sin distinción de nacionalidad, credo, clase social, edad, género) como hermanos, como prójimos. Por lo tanto, nuestra experiencia como iglesia tiene que estar dirigida, no a nosotros mismos, sino a todos los hombres y mujeres.
Y no para que haya “más con nosotros, o cómo nosotros”.

Por último, quiero ir un paso más allá, ya que si bien he hablado de las potencialidades de los derechos humanos y los he emparentado con la idea de Shalom y con el concepto cristiano de prójimo, no se puede hacer oídos sordos a un problema de difícil solución: el problema de la universalidad.

¿Hasta qué punto estos derechos humanos, con fuerte sustento en nuestra fe cristiana, son aplicables a toda la humanidad? ¿Hasta qué punto es posible promoverlos, sin imponerlos? ¿Qué pasa cuándo alguien elige no ser libre? ¿Qué pasa cuando un pueblo o una comunidad eligen libremente la desigualdad? ¿Hasta qué punto uno puede reclamar la fraternidad de otro que no esta interesado en ella? Este es un problema sin resolución teórica, porque los derechos universales sirven en la medida en que todos acepten su universalidad.
Pero cómo pueda aceptarla una persona que desde que nació le han sido negados el trabajo, la salud, la educación, la libertad, la identidad, etc. Aquel que fue rechazado, marginado, ha aprendido a rechazar y a marginar ¿Es lícito intentar “hacer que acepte”? Como dije, esto no tiene resolución teórica, desde esta posición cómoda. La solución de esto solo puede darse en la experiencia cotidiana. De este dilema creo que pueden hablar varios en esta comunidad, que trabajan o han trabajado con personas más o menos marginadas.
Mi intención, como siempre, es dejar más (y espero que mejores) preguntas, antes que alguna respuesta. Así que ahora les dejo la palabra ustedes, a ver si pueden aclararme un poco el panorama."

miércoles, 11 de febrero de 2009

Crisis, modernidad e instituciones


Se ha declarado oficialmente la crisis mundial, y esta declaración no solo es un titular en un diario, se hace evidente en la vida cotidiana: las empresas toman medidas urgentes, desde las más radicales, como los despidos masivos, hasta los más sutiles; el gobierno toma medidas "anti-crisis", negociando con sectores productivos; desde Europa y Estados Unidos llegan noticias de paquetes económicos y medidas proteccionistas. La desgracia parece haber sido traída como un castigo divino, devino "la crisis" como una catástrofe natural, inevitable, impredecible.
¿Es esto realmente así?¿Cómo puede ser que en menos de un año, el mundo radical e indefectiblemente capitalista haya sido puesto en jaque tan fácilmente? ¿Justo ahora que había derrotado a su archienemigo occidental (el comunismo y sus versiones menos radicales), y estaba listo para expandirse hasta los rincones más oscuros de la china?
Si no queremos caer en una concepción dogmática, considerando las crisis sociales como catástrofes naturales involuntarias, debemos admitir que la realidad se encuentra más allá de lo evidente, que lo que vemos aquí y ahora, lo que es obvio, es solo la manifestación de la realidad. Y no es tanto que nos pongamos platónicos, sino todo lo contrario, lo que vemos es una idealización matemática de lo real, que es amorfo e imperfecto.
Tal vez uno de nuestros vicios más comunes como occidentales modernos, en nuestra aspiración de realismo, es caer en el reduccionismo económico: una crisis no es tal hasta que no es una crisis económica. Es posible que esta manera de proceder sea una reminiscencia de aquella época lejana en que los seres humanos, ha merced de las contingencias naturales, encontraban la fuente de sus desgracias en la escasez económica, y no en el conflicto social. Hace tiempo que los recursos económicos que el ser humanos produce, alcanzan para suplir las necesidades básicas de todas las personas. Es claro que el problema es un problema de distribución, lo cual, yendo al fondo de la cuestión, el problema del hombre, es un problema cultural.

He aquí el punto al que quería llegar: la crisis económica actual no es más que una extensión, una consecuencia derivada, de una crisis cultural que lleva varias décadas de desarrollo. Hace ya unos diez años que la doctora Ana María Fernández, publicó su trabajo "Instituciones Estalladas", una excelente compilación de textos y artículos donde da cuenta, en parte, de esta crisis cultural de la modernidad.
Pensemos un poco en las instituciones sociales que sostienen la estructura cultural occidental: la familia y el matrimonio, el trabajo remunerado y la fábrica, el Estado soberano y ciudadano, las religiones cristianas, la escuela, la universidad y la ciencia. Veamos algunas de ellas:

La familia es para la modernidad occidental la "unidad mínima" de la sociedad, la célula del cuerpo social. El modelo familiar del matrimonio monogámico, con dos hijos, es la base del concepto de la vida privada. El núcleo familiar directo de la modernidad reemplazó en su tiempo el modelo de castas familiares y linajes. A partir de la segunda mitad del siglo XX este modelo comenzó a resquebrajarse, llegando a una clara crisis en la actualidad: el fuerte incremento de los divorcios, las familias ensambladas, la convivencias de parejas no casadas, las relaciones "libres y abiertas" sin necesidad de ocultarlas, la "liberación" femenina, los casamientos cada vez más tardíos. No se trata de hacer un juicio moral de estas formas heterodoxas de relaciones familiares y de pareja, cada una tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles y en general surgen como respuestas mejor o peor ajustadas a los problemas propios de la vida en la modernidad tardía.

Así como la familia era el núcleo y el fundamento de la vida privada en la modernidad emergente, el trabajo y la fábrica, junto con la participación ciudadana, eran la base de la vida pública. En la actualidad, desde la caída del modelo keinesiano hasta la instauración del neo liberalismo radical, vemos la progresiva "flexibilización laboral" con su falta de garantías para la clase trabajadora e incluso para la nueva (falsa) burguesía, el auge de la oferta de servicios por sobre la producción de bienes, la crisis vocacional masiva de los jóvenes, la destrucción de los beneficios sociales para el trabajador, la inflación irreversible de los precios, la extrema privatización de los servicios públicos. En otras palabras, la inocente e idealista imagen del ciudadano que ofrece su fuerza de trabajo para la construcción de la sociedad ha ido descascarándose para dejar en evidencia la cruda realidad: la dominación de los pocos reyes del ganado sobre la mayoría de la población atrapada en la red del consumo: trabajar para consumir, consumir para vivir, vivir para trabajar, el círculo vicioso que funciona como el motor de la alienación moderna. Este círculo vicioso no contribuye a la construcción de la sociedad, permitiendo alcanzar metas para "el bien común", más bien es un círculo interminable, cuyo único resultado es una acumulación indefinida de bienes y capital financiero para unos pocos.

La noción de ciudadano y del Estado como el gobierno de todos sobre todos, fue un ideal que ha mostrado su carácter ilusorio ya en los primeros años de su surgimiento: los totalitarismos, las dictaduras y la vulneración de los derechos humanos y ciudadanos han sido un cuadro tanto o más común en la historia occidental moderna como la democracia y el estado de derecho. Estas trasgresiones a las bases más sagradas del orgullo occidental han ido puliéndose, volviéndose más invisibles, más naturales, más sutiles, pero también más desgarradoras e irreversibles: desde los genocidios de las dictaduras de derecha e izquierda hasta la destrucción fáctica de los derechos de las personas que habitan en las villas miserias y los barrios de los suburbios: cabecitas negras, inmigrantes y excluidos por heredar la pobreza de sus padres. Marginados estructurales, cuyos derechos ciudadanos están denegados, no por el uso de la fuerza bruta, sino por una violencia lenta, profunda y naturalizada, un genocidio sutil que daña (aunque no siempre mata) el cuerpo, pero que también destruye el alma, deshumanizando. Dado que los derechos humanos son para todos los humanos, es mediante esta deshumanización que unos pueden quitar sus derechos a otros. Así, los pobres se vuelven (antes que humanos) criminales, locos, drogadictos, idiotas y deficientes. Estos rótulos habilitan y autorizan socialmente la anulación de los derechos humanos a aquellos ciudadanos que ya no son necesarios en la modernidad tardía.

Quedará para otra nota el análisis de la crisis de las instituciones restantes: la iglesia, la escuela y la ciencia. Por ahora basta con ratificar que la crisis económica actual es la consecuencia inevitable de una crisis cultural que ya lleva, cuando menos, medio siglo de desarrollo. Las personas que habitamos este mundo vimos y vemos caer día a día las instituciones que en otras épocas supieron contener y dar sentido a las vidas de nuestros antepasados. Esta pérdida de sentido solo puede derivar en una irracionalidad en la administración de los recursos económicos que configura una crisis marcada por una estructura económica estúpidamente compleja, sin ninguna funcionalidad social, ni siquiera para aquellos que habitualmente se benefician de la mala administración de los recursos. No se quiere decir aquí que aquellas instituciones modernas que antes daban consistencia a la vida occidental, hayan sido "buenas y sanas" antes, sino más bien que ahora comienza a verse el carácter ilusorio y encubridor que estas instituciones tenían ya desde un principio.
La cuestión central, siempre es qué vamos a hacer con esto. ¿Será que las crisis de las sociedades son primero culturales, luego económicas y recién entonces sociales? ¿Será entonces que ahora que la crisis se hizo innegable e irreversible estamos en condiciones de comenzar a crear y a imaginar nuevos modelos institucionales? ¿Seremos capaces de pensar nuevas formas de familia, de trabajo y de organización social que permita dar nuevos sentidos a la vida del humano occidental?

viernes, 21 de noviembre de 2008

Orgía Cultural vs. Histeria Cultural


Una orgía de gente fea, donde todos son pésimos en su desempeño sexual”… la frase fue utilizada como analogía para describir la naturaleza de la cultura blog: un amontonamiento obsceno de gente que no sabe escribir.
Este no es un fenómeno privativo de los blogs, ya qué, por ejemplo, los fotolog parecen exposiciones egocéntricas de modelos patéticamente preocupados por su imagen y la wikipedia es una gran enciclopedia caracterizada por la falta de rigurosidad de sus contenidos. Hay otros ejemplos de cómo Internet funciona como una galería de distintas áreas de la vida humana rebajadas al nivel del patetismo, la falta absoluta de destreza, de tecnicismo y de arte.
Además este no parecería ser tampoco un fenómeno privativo de Internet: la grotesca simpleza de géneros musicales como la cumbia o el pop, la burda programación de los canales de televisión, la liviandad intrascendente de los “best-sellers”, la miserable producción argumental, técnica y actoral del “cine under argentino”, y un largo etcétera de producciones culturales que enarbolando la bandera de “lo popular”, banaliza y deteriora toda actividad humana.

Obviamente que todo lo anterior es una visión negativa y pesimista de la cultura de masas.

Del otro lado tenemos el elitismo cultural, que postula el acceso a unos pocos a la “verdadera cultura”. Sosteniendo el espíritu perfeccionista, estipula mecanismos, generalmente de base dogmática, que limitan el acceso a “la Cultura”. Confunde sofisticación con excelencia y finalmente termina despojando a la cultura del componente placentero que toda actividad humana necesita, haciendo que el mismo se pierda en medio de las estrictas reglamentaciones de “lo artístico”. Una imagen que puede graficar esto es la del concertista de piano, que preocupado por el tecnicismo musical, ya no puede disfrutar de la música sin estar evaluando los errores, las incongruencias y las asistematicidades de lo que está escuchando.

Acerca de la complementariedad de estos polos y su mutua cooperación, Humberto Eco ha trabajado con una amplitud y una complejidad de la que me encuentro a años luz de siquiera comprender realmente. Sin embargo, la pregunta subyacente es mucho menos compleja ¿Cuál es la verdadera riqueza de las producciones culturales? Por un lado, la cultura de masas sostiene que el fin de las producciones es su valor comunicativo, su “llegada”, considerando que el placer de lo artístico radica en su aceptabilidad social y la capacidad de ser compartido; por otro lado, la cultura de elite considera que el placer de lo artístico consiste en su perfeccionamiento, lo que permite niveles más complejos, sutiles y profundos de disfrute, al costo de restringir el acceso al mismo.

En palabras más simples, que tiene más valor cultural: ¿Tinelli y su baile del caño o Paenza y su programa de matemática aplicada? ¿El reggaeton o el jazz? ¿“El código da vinci” o “el ser y la nada”?
Sin duda que la respuesta más fácil y rápida sería caer bajo la tentación del relativismo radical: “que cada uno elija lo que quiera y otorgue valor cultural a las cosas que le de la gana”. Esta respuesta no solo es muy contundente, sino que además es un hecho, ya que es lo que efectivamente sucede.
El problema es con este relativismo estamos justificando una postura absolutamente individualista, que invisibiliza el hecho de que los seres humanos viven en sociedad y las decisiones de uno, afectan a otros.
Si la mayor parte de la sociedad acepta renunciar a todo perfeccionamiento y prefiere el camino de placer accesible y directo, estaremos formando una sociedad de la inmediatez, incapaz de pensar a largo plazo, de mejorarse y postergar el placer momentáneo en pos de un placer más duradero.
Sin embargo, una sociedad que elija el camino del perfeccionamiento extremo estará creando una sociedad de castas, donde solo los más elevados tengan acceso a los placeres más elevados. Si por ejemplo, para ingresar a un boliche, fuera necesario ser bailarín, pocos podrían ingresar, aunque sin duda disfrutarían muchísimo de la situación.

Dicho lo dicho, la cuestión central sigue sin estar resuelta y no poseo la más mínima capacidad de resolverlo, ni si quiera tentativamente. El único objetivo de esta reflexión es generar en mí y en otros la pregunta de qué tipo de cultura promovemos cuando consumimos, producimos o compartimos una actividad cultural y cuales son las consecuencias.

Atención: No se esta sugiriendo que haya que preguntarse esto más de una o dos veces cada muchos años, ya que veríamos entorpecidas todas nuestras actividades con reflexiones inútiles. Pero tal vez sea útil preguntarse alguna vez cuáles son los efectos que producimos cuando realizamos actividades culturales (desde mirar televisión hasta realizar una obra maestra).

viernes, 14 de noviembre de 2008

Sobre los inicios

"Pienso que en mucha gente existe un deseo semejante de no tener que empezar, un deseo semejante de encontrarse, ya desde el comienzo del juego, al otro lado del discurso, sin haber tenido que considerar desde el exterior cuanto podía tener de singular, de temible, incluso quizás de maléfico".

La cita corresponde a la introducción de "El Orden del Discurso" de Michel Foucault, con quien no puedo más que estar de acuerdo. Y es que el inicio de algo es un acto de violencia. No existe nada que empiece realmente, al menos en la experiencia humana. Todo es continuación de otra cosa.
Presente tanto en los pequeños inicios (como el de este blog) como en los grandes, la violencia de los comienzos radica gran parte en tener que clasificar, delimitar, caracterizar de antemano aquello que (no) iniciamos.
Me rehuso, conciente de que es una rebeldía inútil. Es tan irremediable el inicio como su carácter ilusorio. Pero cuidado, ilusión no es mentira, muchas ilusiones son la materialidad misma de la verdad, o al menos de la realidad.
Igual me rehuso, no voy a decir de qué se trata este espacio (primera clasificación: es un espacio), no voy a intentar predecir el carácter de las publicaciones (segunda clasificación: son discursos escritos publicables), las mismas no serán experiencias personales, no serán artículos de corte periodístico, no serán reflexiones, no serán relatos, ni cuentos, tampoco serán cualquier cosa, "lo que surja".
Sin embargo puede que sean todas esas cosas las que desfilen por acá.

No es una gran apertura, pero es una apertura al fin.
Será que los inicios no son algo natural para el ser humano ¿O acaso alguien se acuerda del día de su nacimiento? Y sin embargo, el ser humano es el único capaz de iniciar algo, de fundar, de inaugurar. Bueno, algunos consideramos que Dios también es capaz de iniciar, y es de hecho, el único verdaderamente capaz de un inicio.
Intentaré alimentar este discurso semanalmente, pero que se sepa, por mínimo que sea no voy a someterme a un nuevo inicio cada semana. Será un discurso continuo, ininterrumpido, con matices, pero indivisible.
De esta manera me subo a un discurso que viene siendo. La lógica de redes ha hecho mucho por esta capacidad de no iniciar: a deteriorado la solemnidad y la burocracia del libro, la revista o la publicación sobre papel, ha hecho que los discursos floten y circulen en un océano discursivo sin inicio ni fin. Puedo empezar sin que nadie se de cuenta, sin que nadie lo espere.
Lo mejor que podría suceder es que nadie lea esta introducción, que los que accedan a este blog lo hagan recién a partir de la segunda publicación...